lunes, enero 08, 2007

Augen

Había lloviznado durante toda la noche, Augen había dormido mal, a sobresaltos. Se levantó con desgano, el contrato de servicio que había firmado hacia pocos días, lo obligaba a estar presente en la faena. Germán jugaba con el destornillador, le gustaba ayudar a su padre en la carpintería que aquél tenia para relajarse durante los fines de semana. Estaba fabricando un librero para la casa de Voipir Seco.

Tenía que pasar a buscar al capataz Chávez a Machali, un gordo infame de malas pulgas hediondo a ajo y vino tinto. No tenia más remedio, la posibilidades de encontrar buenos elementos en la región eran escasas dado los planes de producción de la empresa. Con el formón Alfredo trataba de efectuar un sacado al librero, Germán intentaba infructuosamente introducir el destornillador en un agujero en que presumía que habitaban unas hormigas, de vez en cuando miraba fijamente a su padre tratando de adivinar cual seria el próximo movimiento para imitarlo.

El desayuno fue horrible, pan seco, margarina rancia y el café helado, Augen estaba próximo a un arrebato de furia," mier... " pensó, " salir un sábado y a estas horas no me produce gracia, más con ir a buscar a ese hue...". Le dio un beso y salió por la puerta dando un portazo. Augen traspuso el umbral del taller con la mirada fija en lo que estaba haciendo Germán, era un año menor que él, un poco más rubio pero de la misma contextura fornida del padre. El taller era angosto y mal iluminado, las herramientas estaban en cualquier parte, no distinguía bien qué hacía Germán, el aserrín se le pegaba en los zapatos.

La camioneta la tenía guardada en un taller de mala muerte en la cercanía, caminó presuroso, el tiempo apremiaba, el hediondo espe¬raba. Por entre los vidrios quebrados penetraba un aire fresco. Olía a barniz. Se acercó a Alfredo para ver qué es lo que hacía con la intención de ayudarle; "Papá qué estas haciendo? " le preguntó con voz inocente, pequeñas gotas de sudor corrían por la frente y mejilla de Alfredo, absorto de su entorno, seguía pasando la lija a la madera seca, un polvillo blanquecino caía al suelo cubriéndolo con una delgada capa.

Aceleró a fondo, el motor rugió angustiado a tan brusco trato, enganchó primera y las ruedas resbalaron sobre el terreno húmedo, salpicando barro y piedrecillas. En la recta alcanzó rápidamente los 130, por la ventana entreabierta penetraba el aire fresco de la mañana. "Cresta ", pensó al llegar a la plaza de Machalí, " tengo que esperar a este gordo infeliz ", murmuró taciturno. Miró a su alrededor como para entretenerse, algún juguete, Alfredo absorto lijaba su mueble, Germán atrapado con el destornillador, no encontró nada interesante. Augen vio a Germán.
Esperó, al rato llegó Chávez, estaba pasado a pucho y ajo. Era el quinto cigarrillo de la mañana, su respiración era entrecortada, típica del fumador empedernido, vicioso y ordinario. Tomó el desvío a la carretera, cruzó velozmente el puente y entró ronceando al camino de tierra. No cru¬zaron una sola palabra. Chávez se aferraba al asiento y con la otra mano sujetaba el pucho. Germán seguía buscando hormigas con el destornillador, cuando encontraba una, trataba aplastarla, ya llevaba como media hora en ese jueguito, levantaba bruscamente la herramienta cuando había logrado su objetivo. Augen trató llamar la atención de Alfredo, sin resultado. Augen tomo un trapo sucio y empezó a molestar a su hermano.

En el cruce con la carretera enganchó en segunda y aceleró a fondo. Seguía lloviznando, alcanzaba divisar Tierras Amarillas, ade¬lantó a un camión con concentrado a la entrada del puente, patinó un poco, el gordo se retorcía en su asiento y se prendía el sexto cigarrillo Derby. Germán aplastó a la hormiga con satisfacción y tiró la mano con el destornillador hacia atrás en señal de haber logrado su propósito, Augen gritó, se le nubló la vista del ojo izquierdo, la sangre corría por su mejilla, Alfredo giró y balbuceó "Oh, Dios mío, Germán, Augen ".

Otro camión por delante, lo veía con dificultad, calculó, lo podía adelantar, siempre lo hacía así, se concentraba en las ruedas, con eso podía prever los movimientos del camión. Fijó su ojo derecho en la rueda izquierda delantera, quedaban como treinta metros para pasar al camión, Chávez echaba una bocanada tras otra. Una sombra oscura lo hizo girar violentamente la cabeza, las latas se retorcían lastimosamente, la camioneta giró en noventa grados metiéndose con la cola debajo del camión, el bus le arrancó el tapabarro derecho, los vidrios cortaban como cuchillas su cara, la puerta derecha se abrió violentamente y Chávez salía des¬pedido por los aires, todo era sangre, fierros retorcidos, silencio. Augen perdió su ojo.

Un agilucho planeaba sobre el lugar.

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